Arte y Espectáculos

Astor Piazzolla y el Mar

por Marcelo Gobello

La pasión de Astor Piazzolla por el mar fue, junto a la de la música, una constante inalterable toda su vida y marcó para siempre su carácter y la vinculación imperecedera con su ciudad natal.

“Mientras pueda tocar el bandoneón puedo pescar un tiburón y mientras pueda pescar un tiburón puedo tocar el bandoneón”, esa frase del propio Astor define claramente su amor y postura ante ambas aficiones que marcaron a pleno su vida. A comienzos del siglo XXI, a más de dos décadas de su desaparición física, la vigencia de la música y la obra de Astor Piazzolla no hace más que crecer en el mundo. Su genio no reconoce fronteras geográficas ni géneros musicales. Y si bien en su música se reconocen influencias y elementos de vastas y variadas procedencias (Bach, Mozart, Bartok y Stravinsky, mezclados con Cab Calloway, Duke Ellington y George Gershwin), su esencia está en Vardaro, Pugliese, Troilo y Gobbi, o sea, en el Tango. Algo similar ocurre con respecto a las ciudades que lo formaron: Nueva York, Buenos Aires, Paris, Roma y Punta del Este fueron fundamentales para su vida, pero su esencia está en Mar del Plata. Nieto de un avezado marinero italiano sobreviviente a por lo menos un naufragio, desde pequeño Astor se sintió fuertemente atraido por todo lo relacionado al mar, primero con las historias marineras contadas por su abuelo Pantaleón (de quien heredara su segundo nombre), luego por su afición a la natación en la popular Playa Bristol del centro de la ciudad muy cerca de su primer hogar y finalmente por su pasión por la pesca embarcada (más específicamente la del Tiburón), pasión que junto a la de la música lo acompañaría para siempre.

Bella como pocas, la ciudad de Mar del Plata (en las dos primeras décadas del siglo veinte) conjugaba en sí misma una serie de cualidades y características que la hacían única, tanto en la Argentina como en toda Latinoamérica. Lujosa y aristocrática en sus paseos costeros (la exquisita Rambla francesa), hoteles de primerísima categoría, teatros forrados en satén, finos restaurantes y exclusivos establecimientos comerciales (¡hasta la londinense joyería Mappin & Webb tenía una sucursal en la joven ciudad!), o en los notables cottages, chalets y villas de las lomas vecinas al mar. Impresionante en su variada y salvaje geografía, con su privilegiado paisaje marítimo, sus kilómetros y kilómetros de playas, sus sierras, lagunas, bosques, quintas y chacras de extramuros. La ciudad hacía honor a futuras campañas de marketing turístico, sin duda alguna era la La Perla del Atlántico sur, y para el momento de la Belle Epoque vernácula había desplazado a la porteña zona de El Tigre de las preferencias de los privilegiados de entonces. Pero unas décadas antes, hasta la llamada “Biarritz argentina” necesitó de gente que se encargara de la mano de obra no especializada y los servicios, así que fiel a los postulados de los popes de la llamada Generación del Ochenta, la ciudad recibió con beneplácito a miles de inmigrantes (en su mayoría italianos) que bajaron hasta sus costas para hacer todo aquello que no fuera disfrutar. El aquí rebautizado Pantaleón arribó a las costas marplatenses junto a su esposa, Rosa Centofanti (con quien se había casado en mayo de 1880) y su hijo Ruggero. El matrimonio Piazzolla se estableció en una cabaña de madera frente al mar (¡por supuesto!) cerca de la zona del Puerto, que con los años fue conocida como la “casa del contramaestre”, haciendo uso de otro de los apodos con los cuales era conocido Pantaleón, siempre con historias marineras en los labios y el horizonte azul del mar en los ojos. De hecho su primer trabajo fue como pescador en las pequeñas embarcaciones comerciales (abuelas de las luego populares “lanchitas amarillas”) que navegaban la costa en busca del requerido fruto marino para los hoteles, restaurantes y mercados que albergaban a esa élite que encontraba en esta joven ciudad (declarada como tal a partir de 1874) un lugar de descanso y veraneo extraordinario. Además de pescador, trabajó de guardavidas (o “bañero” como se le decía entonces) y de portero en el Teatro Palace de la Rambla Bristol, donde se encargaba de mantener a raya a los curiosos. Era muy hábil con las manos, le gustaba tallar la madera o hacer barquitos que luego encerraba en botellas, y muchas veces, al atardecer cuando se ponía más melancólico mirando al mar, hacía sonar el acordeón que había traído de Italia. El 12 de noviembre de 1893 nació su primer hijo marplatense, al cual bautizó con el nombre de Vicente quien luego sería inmortalizado por su único hijo -Astor Pantaleón Piazzolla nacido el 11 de marzo de 1921 durante una ventosa madrugada de otoño en Rivadavia 2527, a quinientos metros de las bravías olas del Atlántico Sur- como Nonino. Al joven Astor le encantaba ir a la playa, sobre todo para nadar, ya que era un excelente nadador y se había hecho muy amigo de los guardavidas de las playas del centro, donde se internaba 400 o 500 metros mar adentro a nadar con ellos en sus prácticas. Justamente una de sus comidas preferidas era una sopa de cazón (especie de tiburón pequeño de la zona) llamada “Cagnolina” que su padre Vicente había aprendido de la tradición marinera de sus ancestros. Pero pronto descubriría otra afición fundamental al embarcarse en una de las tradicionales embarcaciones pescadoras de la ciudad (las popularmente conocidas “Lanchas Amarillas”) y acompañar a su abuelo y primos a mar abierto. Allí nació ese amor permanente por el mar que nunca abandonaría en su vida y complementaría con otro descubrimiento unos años después: la música.

Astor tenía un lugar de preferencia para pescar en Mar del Plata que estaba ubicado en las piedras de Playa Chica. Según Daniel Piazzolla, hijo de Astor, la escollera Sur era otro de los lugares preferidos para la pesca: “Yo era muy compañero de él de pibe, era su ladero. Recuerdo que me pasaba a buscar y nos ibamos dos días a pescar a Mar del Plata. Por supuesto que parábamos en la casa de los Noninos en Alberti 1561, donde estaba el chalet donde habían vivido siempre desde que regresaron de Estados Unidos. Mis viejos iban y venían durante el verano, yo no recuerdo haber pasado una temporada de verano en Capital, siempre en Mar del Plata. Ibamos mucho a la Playa Bristol de más chicos, porque no teníamos movilidad, así que bajábamos por Alsina hasta la costa y nos íbamos a la Bristol. Papá era muy amigo de todos los bañeros, ya que le gustaba mucho nadar. Nadie nos molestaba porque a Papá no lo reconocía nadie. Íbamos todas las mañanas a la playa, a Astor le encantaba, al mediodía volvíamos a almorzar a lo de los Noninos y casi todas las tardes salíamos con papá los dos juntos a pescar. Papá después descubrió un lugar maravilloso para pescar, porque salían muchas corvinas inmensas y se llenaba de tiburones, en el norte de la ciudad junto al vaciadero cerca de parque Camet”.

A los 18 años Piazzolla abandonó su costera ciudad natal hacía la Capital de la argentina para emprender su camino triunfal como uno de los músicos más importantes del siglo XX, pero nunca dejó de volver a su ciudad. Aquel jovencito que llegó a Buenos Aires para cambiarle para siempre su música y su fraseo traía -como acertadamente escribiera hace años el periodista uruguayo Guillermo Saavedra: “los sonidos del Cotton Club, las fugas de Bach en el piano de un lejano maestro húngaro y la furia del mar en sus oídos”.

Los marplatenses saben muy bien a que mar se refiere.

(*): Académico de la Academia Nacional del Tango, Academia Porteña del Lunfardo, ex Director del Teatro Municipal Colón y autor del libro “Astor Piazzolla, su Ciudad y su Mundo”.

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